'La bruja'
es una película muy particular. Debut en el largometraje de Robert
Eggers, y presentada con gran acogida en el Festival de Sundance, es una
cinta de terror psicológico que nos traslada a la Nueva Inglaterra del
siglo XVII, a aquellas primeras colonias en América de los puritanos
que habían huido de Inglaterra y a la superstición, el extremo
conservadurismo religioso y el miedo a los peligros ocultos en los
bosques que gobernaban sus vidas.
Eggers reproduce al detalle el aspecto visual y la atmósfera de la época, y hasta utiliza en sus diálogos fragmentos extraídos directamente de las transcripciones de los juicios por brujería
que se celebraron en Nueva Inglaterra a finales del siglo XVII. 'La
bruja' quiere que comprendamos cómo esas personas podían creer que había
seres sobrenaturales en los bosques y, sobre todo, cómo pudo desatarse
semejante histeria entre los colonos, acusando de brujería a diestro y
siniestro a vecinos y familiares.
Los juicios por brujería de Salem, en 1692, se hicieron más famosos gracias a Arthur Miller y su obra de teatro 'The crucible' (llamada en España, precisamente, 'Las brujas de Salem'), estrenada en 1952 como una metáfora de la "caza de brujas"
del Comité de Actividades Antiamericanas, que basaba sus procesos de
comunistas infiltrados en Estados Unidos en la delación y la sospecha
continua, igual que los juicios impulsados por el reverendo Cotton
Mather en la Colonia de la Bahía de Massachusetts.
La historia de las brujas de Salem empieza en el invierno de 1692,
cuando una de las hijas de Samuel Parrish, el nuevo reverendo, cae
enferma. Sufre terribles convulsiones, tiene una alta fiebre y grita
incoherencias. Nadie sabe qué le pasa, y la única explicación que se
encuentra está en un libro, 'Memorable Providences', del reverendo
Cotton Mather, que cuenta el caso de brujería de una lavandera en Boston
con los mismos síntomas que la hija de Parrish.
Poco después, más chicas jóvenes, y algunos chicos, enferman también
en la localidad. Se quejan de que sienten como mordeduras y picaduras en
la piel y también hablan en idiomas que nadie entiende y se retuercen
en contorsiones que, a los ojos de los habitantes de Salem, parecen
diabólicas. Para complicarlo todo más, Parrish tiene un esclavo, Tituba,
que se trajo de Barbados, y que entretiene a las niñas con cuentos de
vudú y leyendas de su tierra. Como los extraños síntomas de las chicas
no consiguen sanarse, ni explicarse, se recurre a la única solución que
les cabe en la cabeza a los próceres locales: todo aquello es obra del
diablo. Entre ellos tiene que haber brujas escondidas.
¿El resultado? Entre junio y septiembre de 1692, catorce mujeres (con
edades comprendidas entre cinco y casi 80 años), cinco hombres y dos
perros fueron encontrados culpables de brujería y ahorcados por ella. La colonia se sumió en la histeria y la paranoia,
con familiares delatando a sus propias esposas, madres e hijas y
cientos de personas siendo acusadas, sin pruebas reales, de ser
servidoras del diablo. Y en otoño, todo aquel revuelo cesó...
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